La hiperactividad como punta del iceberg
La
hiperactividad puede ser muy engañosa en los niños de acogida.
Los ingleses
distinguen, muy inteligentemente, el trastorno hiperquinético del
trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).
El trastorno
hiperquinético es un diagnóstico más restrictivo que el TDAH,
tiene un importante componente genético. Para el diagnóstico, en
general, es necesario descartar que haya otros trastornos mentales,
como la ansiedad o la depresión. Es un trastorno del desarrollo del
cerebro, que madura de una forma diferente a como madura
habitualmente. Las zonas del cerebro relacionadas con sostener la
atención, concentrarse, mantener la información recibida y
combinarla con los recuerdos y experiencias anteriores para elaborar
respuestas reflexivas, demorar recompensas, jerarquizar, planificar,
maduran más lentamente. Son funciones que se ubican en la parte
frontal del cerebro y sus conexiones con otras áreas, y muchos
estudios han mostrado su afección.
El TDAH es
un trastorno que incluye no solo el trastorno hiperquinético, sino
otras situaciones con alteración de la atención y la actividad, de
múltiples posibles causas. Se pueden incluso incluir casos con un
predominio claro de la inatención pero sin un evidente problema en
el nivel de actividad o impulsividad.
Impulsividad,
hiperactividad, distractibilidad es la terna de síntomas típicos
del TDAH. Pero son también manifestaciones inespecíficas de muchos
otros problemas psicológicos. Imaginemos algunas situaciones
posibles:
Un
niño de 9 años, que ha pasado por 3 familias de acogida, inseguro
respecto al tiempo que estará en la actual; deseando por un lado
continuar ahí, no cambiar, agradar, y por otro resentido con todos
aquellos que “ no han podido con él “ y han tenido que renunciar
a seguir cuidándole. Que no ha tenido la oportunidad para
desarrollar el necesario control de los propios impulsos que necesita
de un entorno suficientemente bueno que ponga límites, que permita
la reflexión, que dé salidas a la frustración. Que no ha tenido la
tranquilidad para sentarse a interesarse por un libro, por unas
cuentas, porque ha tenido demasiadas preocupaciones para subsistir
física y afectivamente. Con lo cual no ha entrenado la
concentración. No ha parado de buscar el afecto de los que le
cuidaban en cada acción. Simultáneamente ha dañado todo atisbo de
cuidado por automatismo (inconsciente, impulsivamente), poniendo a
prueba la capacidad de los demás para estar con él, para
soportarle, para comprobar su incondicionalidad. Con hostilidad y
agresividad... .
Una
niña de 7 años, dulce, mona, adorada en principio por cualquier
cuidador. En su relación con sus educadores repite siempre la misma
historia. Se relaciona en principio con facilidad, es alegre, vita,
activa, incansable. Pide ayuda, se muestra complaciente. En seguida
empieza a verse que pide y pide cada vez más, que nada le satisface.
Utiliza sus encantos para conseguir cosas, en general materiales, se
relaciona con todos, no para de seducir, no le basta con su tutor,
con su educador, se acerca a todos. Tiene armas para conseguir lo que
quiere, manipula, utiliza. En las ocasiones en que no consigue lo que
quiere, menos de las que sería razonable, despliega una rabietas
brutales. Chilla, patalea, muerde, agrede. Si de repente se da cuenta
de que puede perder algo que le interesa, frena de repente y de forma
fría y calculada, sin continuidad emocional con lo anterior, vuelve
a su actitud amable. Maquina todo el tiempo, es incapaz de trabajar
un rato seguido, si no obtiene nada a cambio. Esta niña viene de una
familia monoparental, un padre preso y un padrastro abusador que la
adoraba... .
El apego
dañado, el trauma, la ansiedad, sobre todo en los niños, utilizan
también el lenguaje de la hiperactividad. La falta de atención, la
impulsividad, la hiperactividad, pueden ser manifestaciones de muchas
más situaciones que un cerebro mal madurado por causas genéticas o
ambientales (tóxicos, desnutrición, etc). Cada una de sus
dificultades necesita un manejo determinado, y no se tratan igual los
problemas derivados de una deficiencia orgánica que aquellos que
resultan de un conflicto vincular o una relación abusiva, por
ejemplo, haciendo el manejo global e integral de estos niños algo
muy complejo.
A pesar de
ello, o quizás precisamente por ello, estos niños se merecen una
evaluación profunda y extensa. No siempre son excluyentes un
trastorno hiperquinético y un trastorno del vínculo, o un trastorno
post-traumático. La vida de estos niños dificulta una evaluación
completa, profunda y ajustada de qué patología tienen y del origen
de la misma. De la misma manera que dificulta su tratamiento.