Carta del Niño
Queridos maestros/as y educadores del mundo
Anoche tuve un sueño…un sueño que me gustaría compartir con vosotros.
…estaba en una escuela que se parecía mucho a la nuestra, pero algo había que la hacía diferente.
No recuerdo bien el color de ojos de la profesora de mi sueño, pero si soy capaz de recordar su mirada.
En sus ojos pude ver el mismo esfuerzo y empeño que pone cada día mi profesor, era una mirada muy especial, siempre estaba en constante búsqueda de ideas hasta encontrar la forma más creativa para aprender.
Me fijé en sus manos, no eran las mismas que las de mi profesor, pero aún siendo más pequeñitas, tenían la misma fuerza para sostener a cada alumno. Pude sentir el mismo calor y flexibilidad para adaptarse con gran empeño a lo que cada alumno/a necesitara.
Puse mucha atención en las palabras que me decía la profesora del sueño, pues algunas me hacían sentir mejor por dentro. Con su manera de ser, me sentí cómodo y seguro.
Hoy me gustaría destacar esa forma mágica de hacer las cosas, pues creo que podría ayudar a hacer sentir igual a otros niños.
Mi profesora en el sueño me hablaba despacio, era firme cuando se era necesario, pero siempre con un tono cariñoso. No gritaba ni levantaba la voz; con su serenidad nos contagiaba su misma actitud.
Mi profesora constantemente nos enseñaba con su propio ejemplo. Nunca nos pedía algo que ella no nos mostrara a través de su propia conducta.
Creía en mis posibilidades a pesar de las constantes distracciones y mi pérdida de atención en algunos momentos. Ella veía algo más que mi incesante movimiento, veía en mí mis virtudes y potencial.
Su gran paciencia me llamaba la atención. En ocasiones yo le hacía su trabajo más difícil de lo que habitualmente era, pero ella seguía esforzándose por seguir buscando nuevas estrategias para llegar a mí.
Ponía gran intención en escuchar cada una de mis palabras, para acoger mis sentimientos tanto si eran agradables como si no. Así, empecé a tenerlos en cuenta, a sentirme seguro, a construir la confianza en mí mismo.
Mi profesora, mucho tiempo atrás, también fue una niña, así que intentaba liberarse de sus propias cargas emocionales de la infancia cuando se dirigía a mí, para no proyectarme sus frustraciones.
No me comparaba con los otros niños y niñas del sueño y así nunca me sentía menos ni más que nadie. Era algo muy bonito apreciar que ella me ayudaba a expresar mi verdad. Insistía que era imprescindible que no reprimiese mis emociones, fue importante poder hablar de ellas.
Hubo momentos en que mi corazón se llenó de lágrimas y pude percibir un espacio que ella me había reservado, donde poder desahogarme y liberarme sin que me juzgara. Me acogió sin necesidad de palabras, solo con su presencia y mirada.
A sus ojos yo era único y especial. Así pude afirmar mi identidad y expresar sin miedo mis gustos, opiniones y manera de sentir.
Cuando llegaron mis miedos, no quiso que me enfrentase a ellos si yo no tenía esa intención. Hizo el esfuerzo de ponerse en mi lugar y respetarlos. Eso me sirvió para verlos de otra manera y poco a poco irlos superando.
Era una profesora muy especial, pues creía en mí, veía en mí, talentos y virtudes, más allá de su asignatura. Hice muchas cosas mal, pero ella seguía resaltando lo que había hecho correctamente, así que me sentí reconfortado y con ganas de esforzarme más aún.
Para ella, lo importante era que yo fuera feliz por encima de todo. Quería que aprendiese a tomar decisiones por mí mismo y que aprendiese a ser persona, como mi mejor cualidad. Mi mente era importante, pero no más que mis capacidades emocionales.
Los sueños nos pueden abrir los ojos y ojalá puedan hacerse realidad