El interés por la educación de los niños de ambiente social desfavorecido
Es una idea demasiado
simple y muchas veces incierta que a los niños de hogares
desfavorecidos no les interesa la educación o que son hostiles a
ella. Es obvio que no son los niños que más a gusto o con más
naturalidad van a la escuela, y también que en sus casas han tenido
pocos libros y poco acceso a estímulos culturales.
Sin embargo, distintas
encuestas e investigaciones desde antes de los años cincuenta
mostraron que a los padres con pocos recursos les interesaba mucho
más la educación de sus hijos de lo que podría parecer, y que es
de los aspectos de la vida que más valoran, echan de menos, y
querrían para sus hijos. Es cierto que en sociedades occidentales
actuales, los niños tutelados por las instituciones no se
caracterizan mayoritariamente por la falta de recursos económicos de
sus padres, sino por el conflicto y el riesgo asociados a sus vidas.
Ultimamente, la afluencia de niños de países en la miseria vuelve a
aumentar el número de niños sin interés hacia la educación por
falta de estímulo y conocimiento previos.
Desde los años cincuenta
ha habido experiencias de mejora de resultados académicos y de
capacidad intelectual con programas de reestructuración escolar
dirigidos a niños en desventaja social. Estos niños obtienen en los
test de inteligencia habituales puntuaciones inferiores a las que
realmente corresponden a su potencial. La falta de conocimientos, el
empobrecimiento cultural, engañan y hacen pensar en escasas
habilidades cognitivas. Sin embargo, dándoles la oportunidad de
exponerse a experiencias escolares positivas, estos niños pueden no
solo aumentar su inteligencia medida en tests, sino mejorar su
capacidad de compromiso, responsabilidad, asistencia a la escuela, y
por supuesto sus conocimientos y posibilidades.
La educación en general,
y la escuela en particular, constituyen un entorno social natural
para los niños, y pueden convertirse en una experiencia correctora
de vida. El determinismo ambiental no ha lugar, los niños de origen
desfavorecido pueden aprender. Sin embargo, es posible que sea
necesario un esfuerzo extra, un interés especial, un optimismo
realista, una dedicación extraordinaria y unas condiciones
suficientes (grupos pequeños, individualizados, apoyos, incentivos)
para que se pueda impulsar la energía del niño sin exposición
cultural previa, hacia la educación.
El primer paso es
comprender. Los alumnos que viven en centros de menores llevan ya un
estigma asociado a su condición social que les hace estar en un
punto de mira especial cuando acuden a la escuela ordinaria. A priori
se puede esperar de ellos que sean perturbadores del ambiente y del
rendimiento. Pero hay unas razones claras, en muchos de los casos,
para que su actitud inicial hacia lo escolar sea negativa. La rutina,
el orden, la estructura, los horarios necesarios para seguir una
trayectoria educativa exitosa son elementos de los que muchas veces
estos niños han carecido a lo largo de su vida. Tener en cuenta esto
para enseñarles, educarles en disciplina, responsabilidad, orden,
puede ser necesario como paso previo a intentar que estos niños
incorporen conocimiento alguno. El fracaso si no, está servido.
Fracaso que en muchos casos viene a sumarse a una serie de fracasos
previos que les puede hacer estar a la defensiva y tener una actitud
hostil abiertamente hacia la autoridad escolar y el aprendizaje.
Algunos profesores dedican las primeras semanas a asegurarse de que
los niños entienden y asimilan las normas de convivencia y
funcionamiento en el colegio, para sentar las bases para poder
después empezar a enseñar.
Los talentos de los niños
son fáciles de descubrir en aquellos que tienen las ventajas
sociales y educativas como para estar expuestos a estímulos
intelectuales, artísticos, culturales. En los niños de ambientes
desfavorecidos hay que tener una visión especial y abierta al
descubrimiento de sus capacidades reales, para conseguir lo mejor de
ellos. El hecho de que vengan de ambientes difíciles no debe hacer
bajar el listón de qué se puede conseguir de ellos. No solo es
necesario que se integren socialmente, que se adapten a las normas
sociales, que se reintegren a su familia si se puede. Descubrir su
vocación, sus capacidades profesionales, sus habilidades, debe ser
un objetivo pensando en el futuro de estos niños.
Desgraciadamente hay
situaciones familiares con muy mala solución. Hay niños sin padres,
o maltratados por ellos, o abandonados, con una herida emocional
brutal a veces irreversible. Pensar que todas las situaciones son
potencialmente salvables hace perder tiempo y energía que podría
dedicarse a desarrollar otros aspectos de la vida del niño que van a
ser muy necesarios para que pueda desarrollar una vida adulta
independiente y digna. Por supuesto que nunca hay que desatender ese
daño emocional, siempre habrá que intentar solucionarlo, si no se
puede, repararlo, si no, acompañar al niño en su dolor, ayudarle a
cicatrizar la herida de la mejor manera posible, y ayudarle a crecer
y desarrollarse a pesar de ese inicio vital tan difícil. El excesivo
idealismo en cuanto a recomponer vínculos rotos suele ir acompañado
de un determinismo ambiental que puede ser tan dañino como creer a
pies juntillas en el determinismo genético. Cada vez se estudian más
qué factores individuales se relacionan con la resistencia al dolor,
al trauma, qué es necesario tener y trabajar para sobreponerse a
situaciones difíciles, para sobrevivir satisfactoriamente a
condiciones adversas.
Los educadores sociales,
los tutores de los niños, acompañándoles en su desarrollo, con su
afecto, con su modelo, con su educación e instrucción, y, en muchas
ocasiones los psicoterapeutas, ayudarán al niño a gestionar el
dolor emocional de la falta de amor y cuidados parentales y a curar
las heridas para que aquello no deje secuelas que les impida
relacionarse adecuadamente con otras personas a lo largo de su vida.
En paralelo, dar oportunidades de desarrollo intelectual, potenciar
las capacidades, luchar por desarrollar habilidades que les permita
realizarse como personas, puede ayudar a reequilibrar la autoestima
dañada, la inseguridad, el dolor emocional, dando vías de
desarrollo personal satisfactorio.
Puede parecer pesimista
no intentar luchar por curar el dolor emocional en todos los casos.
Pero un idealismo no sustentado en las posibilidades reales puede ser
dañino. Ayudar a sostener el dolor y adecuar las expectativas a la
realidad puede ayudar a aceptar unas experiencias vitales, y permitir
al niño reconciliarse con su historia y mirar hacia delante con un
optimismo realista, sin bloquearse en intentos de reescribir su
historia, que fácilmente pueden fracasar y resultar en una
trasmisión de los problemas de una generación a la siguiente.